Estaba tan angustiada, que faltaba poco para lanzarse al vacío. Las ideas negativas de acabar con su vida pasaban por su mente a cada instante. El médico le había dicho que estaba embarazada y apenas tenía quince años, estaba cerca a cumplir tres meses de gestación, pero ella no se había dado cuenta, sus padres de posición acomodada, nunca estaban para ella y tenía miedo de contarles.
Cómo era posible que las jóvenes de hoy, que van al colegio, en pleno siglo XX, no sepan protegerse de un embarazo, es que acaso no les enseñan educación sexual, no les informan, para qué les pagan a los profesores de escuelas "caras", o es que solo se ganan el dinero sentados, por Dios, dónde estamos?... es inútil llorar ahora, tienes que encontrar una solución, no tienes 20 años (Agatha aparentaba más edad), pero le había mentido al médico para que no llame a sus padres, pues había asistido a una posta donde nadie la conocía. Si asistía a la clínica donde era asegurada, sería el fin, sus padres se enterarían fácilmente. _ Eres una niña todavía- . Le dijo el médico algo molesto, puesto que él tenía dos hijas adolescentes y no desearía que salgan embarazadas a temprana edad, cómo se defenderían en la vida, en medio de una sociedad bastante machista y conflictiva, mucho menos sin terminar el colegio e ir a la universidad.
Entonces el médico añadió ya más calmado: -Busca a tus padres, cuéntales lo que está sucediendo, te aseguro que ellos te comprenderán. (Si supiera que más importante para ellos es el "que dirán" que darle tiempo de calidad a sus hija. Se despidió del doctor llorando y salió del consultorio acongosada, dispuesta a contarle al padre de su hijo -¡Jóvenes, jóvenes... hasta cuando seguirán sin rumbo!- dijo el médico.
Agatha sintió de repente un fuerte mareo, era por su embarazo, se sentía tan débil que no sabía qué hacer ni a quién recurrir en un momento tan desesperado. Terry, su enamorado; hijito único y mimado, nada responsable, siempre en viajes de placer, no tomó a bien la noticia y le dijo que se las vea como pueda, porque él, no era responsable de lo que pasaba, y otras cosas terribles que dicen los hombres cuando no quieren asumir responsabilidades, con 17 años qué se podía esperar. Lo tenía todo, pero sus padres, al igual que los padres de Agatha, jamás estaban para él, ellos estaban divorciados, enviarlo de viaje por el mundo era lo mejor y así disminuían la culpa de no poder brindarle tiempo. Después de recibir tremenda noticia, Agatha no quiso por nada del mundo asomarse por su casa, le ganaba la inseguridad de ser rechazada y expulsada de casa.
Agatha no veía salida para asumir lo que le pasaba, la única solución era acabar con su vida, con su negra vida, como se decía así misma cuando lloraba por cualquier rincón de su casa, sin encontrar a nadie que la consolara. Sin darse cuenta caminó y caminó, sin rumbo fijo, hasta perderse en las calles más lejanas y peligrosas que jamás haya visto. Si al menos sus padres estuvieran en casa, si postergaran las reuniones de toda la semana, sería maravilloso, pero la triste realidad ya la sabemos. Ella no tenía interés de regresar a buscarlos, tampoco buscó algún lugar donde se sienta segura y poder pasar la noche... la vida para ella no tenía sentido y sólo pensaba en morir. De pronto, en medio de la noche, de las inhóspitas calles, sin aguantarse ella misma, por no asearse, después de todo el día en que no había podido ducharse...y a punto de quedarse dormida en un arrugado cartón que había encontrado en la calle, sintió una tibia mano revoloteando en sus ensortijados cabellos, no quiso levantar la mirada, estaba tan cansada que lo único que quería, era rendirse frente al sueño, sin embargo, aquella mano extraña para ella, volvió a hacer lo mismo, reaccionó enseguida y se incorporó de un zopetón para ver de quién se trataba. Frente a ella, un apuesto joven, de profundos ojos negros, piel canela, alto, fuerte como un roble, quizá tendría diecinueve años... y se sorprendío al verlo tan atractivo, talvés si las circunstancias fueran otras, sería el encuentro más lindo que habría tenido. Él pasaba por ahí en una ambulancia, después de acudir con el médico de turno, ante una llamada de emergencia, para auxiliar a una señora de la tercera edad que necesitaba ayuda. El apuesto joven, estudiante de la Facultad de Medicina prestaba apoyo en una posta cercana al lugar. Amaba su carrera y su lema era siempre: "Dondequiera que se ame el arte de la medicina se ama también a la humanidad". Al ver a Agatha en las calles, no dudó ni por un segundo en bajar de la ambulancia para socorrerla.
Agatha sintió vergüenza de que la vea en ese triste estado, sucia, desgreñada y completamente sola, no sabía que decir, ordenó su cabello como pudo para mirarlo y al menos la encuentre algo arreglada... Él se presentó amablemente y sorprendido -¡Hola, soy Edú, por qué estás aquí a estas horas, falta poco para que amanezca-. Ella había perdido la noción del tiempo que ni siquiera se dio cuenta de la hora que era. Lo primero que se le ocurrió para decirle fue -¡me he perdido, acabo de llegar de otra ciudad a visitar a unos familiares, pero no dí con la dirección y no tenía a dónde ir, la noche me ganó y me quedé aquí-. Él la observó fijamente, notando enseguida que algo no andaba bien, la tomó de las manos, sintiéndolas totalmente frías, estaba tiritando, ella se cohibió, tratando de alejarse un poco ante aquella reacción de él, pero... ¡cómo necesitaba un abrazo que le dé calor, y que le ayudara a salir de aquel terrible drama!. Edú llevaba puesta una casaca de cuero, con forro de algodón, regalo y recuerdo de su madre por el día de su cumpleaños, muy amablemente se la ofreció y ella ávidamente la tomó y se la puso para protegerse del intenso frío de la madrugada. Luego la invitó a subir a la ambulancia. Ya casi amanecía, el cielo divisaba una leve neblina, los primeros cantos de los gallos, y un retorcijón en el estómago de Agatha por no haber comido ni un solo bocado todo el día anterior.
Autora: Nuria Lourdes Ruesta Zapata.
Continuará... Capítulo I