¡LOS AMANTES!

Al verla en el lecho y con otro, sintió que el corazón se le salía del pecho, su esposa, la mujer amada yacía extasiada en brazos de otro hombre, se quedó inmovilizado, sintió hervir la sangre en las venas y sin que los amantes se dieran cuenta, corrió hacia la cocina.

Con las manos temblorosas prendió un cerillo de fósforo y puso a calentar una olla con agua, cuando comenzó a hervir, la cogió con cuidado.. y desesperado se dirigió a la habitación... su esposa seguía entre caricias, embelesada y rendida de pasión.

Se acercó más y más, la ténue luz permitía ver la infidelidad en todo su esplendor, y sin pensarlo dos veces, arrojó el agua hirviendo sobre los cuerpos desnudos, acabando de una vez por todas, con la desbordada pasión... gritos de terror y de dolor, estremecieron la habitación, el olor a piel quemada era insoportable, los infieles revolcándose y pidiendo perdón.

El triste hombre engañado, estaba ido, frío, parecía haberse detenido en el tiempo, no podía creer lo que sus ojos habían visto, recién ayer se despidió de su esposa y ella amorosa, le dio la bendición.

Tras la puerta se escuchó la vocecita de un niño que asustado por los gritos decía: -¡Papito, abre la puerta, quiero ver a mamita!-, era la voz de su hijo, de ese pequeñito, que era la alegría de casa.

Al ver que no respondía nadie, el niño salió huyendo a buscar auxilio, pero había llovido mucho, y resbaló, golpeándose la cabeza, golpe mortal, golpe de muerte... su cuerpecito quedó tendido en la fría calle, mojándose con la lluvia.

Los vecinos lo vieron, y enseguida también corrieron para pedir ayuda, luego llegó la ambulancia, levantaron al niño aún con el pulso débil y lo llevaron hasta el hospital.

En la penumbra de la estancia, los avergonzados amantes, se culpaban mutuamente y frente de ellos, toda la gente, lanzándoles improperios, maldiciones y deseándoles hasta la muerte.

Nadie se percató del hombre engañado... nadie se dio cuenta del rumbo que había tomado, talvés se habrá matado?... decía la gente chismosa.

Sin embargo, había llegado hasta el hospital, escuchar el llanto de su hijo lo volvíó a la realidad, imaginó lo peor... las enfermeras no lo dejaron entrar, pero a él no le importó nada, apartó a todo el mundo y entró a ver a su hijo... al ver su cabecita vendada, se le destrozó el alma... le sujetó con ternura la mano, y él niño sintió la fuerza de su padre:

  

-¡Papito, cómo está mamita?, no llores, yo si te quiero y siempre te cuidaré, pero a mamita también, y aunque ustedes ya no se quieran, para mí seguirán siendo, lo más bello que Dios me ha dado!-... le sonrió con su infantil sonrisa, y expiró en los brazos de su padre!.

Autora: Nuria Lourdes (8:45 p.m.)

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