En el aula de 5° grado de primaria, los alumnos organizaron un Club de Oratoria. Todos los niños que conformaban aquel salón, eran niños de clase media alta, pero había uno que por sus destacadas notas, había obtenido una beca de estudio, siendo además de condición humilde.
Los riquillos del salón, eran bastante aburridos, sólo hablaban de los grandes viajes a los que sus padres los llevaban, las mejores marcas de ropa, zapatos y zapatillas, eran el tema del día.
Bryan, se recreaba al oirlos a todos, él jamás había conocido ningún país, pero su mente de una gran habilidad para crear historias, era genial.
La profesora queriendo integrarlos a todos los invitó a preparar un discurso de cinco minutos sobre cualquier tema personal.
La mente de Bryan como por arte de magia se remontó al pasado y a su familia...
Y este fue su relato:
"Todas las dificultades que habíamos pasado en casa, fueron los principales argumentos para formar mi carácter y me dieron fuerzas para seguir adelante, con mucho sacrificio y con la frente siempre en alto.
Mi Madre se casó a los 15 años, en Perú, y había llegado a Europa, como esposa de un pescador, con quién viajó por varios puertos. Dormía en el frío piso del barco, junto a otros inmigrantes agazapados, con excrementos y orinas de rata... limpiando siempre y rendida de tanto trapear... Más allá su valde con detergente y legía, esperándola. A veces, cuando no estaba mi padre ya que salía a la pesca... éste era su única compañía.
Mis padres tuvieron que abandonar el colegio para ganarse la vida cuando todavía eran muy niños. De ellos, y con mucho orgullo lo digo, aprendí a tener ENTEREZA, conocí el SACRIFICIO, la FE, y la PERSEVERANCIA, valores... y cualidades importantes que me permitieron sobrevivir, en un mundo donde siempre reinaba la INJUSTICIA, el RACISMO y la marginación para la gente que venía de América Latina, a ganarse un pan para llevarle a su familia y labrarse un mejor porvenir.
Pero lo más importante de todo esto, es que aprendí el AMOR PURO, transparente, incondicional, entre padre e hijo, que me protegería para siempre, como un escudo.
Me pregunté, ¿cómo expresar todo eso?, ¿cómo describir a mis padres y a aquel hermoso tesoro que me habían inculcado hace décadas, siendo tan pobres?. Entonces y en un contenido impulso, recordé una hermosa anécdota de mi niñez. Me erguí orgulloso y muy convencido de todo lo que iba a decir.
Tenía 07 años y vivíamos por corto tiempo con mi abuelita materna, en un país muy lejos de Perú... desarrollado y con grandes industrias.
Un buen día y calladito de mi mamá, me llevó aparte y me recordó, que era el cumpleaños de mi madre. Yo tenía la ilusión de comprarle algo hermoso, lo más bello del mundo para hacerla felíz... Pero qué niño pobre tiene dinero para hacerlo?
No me dí por vencido, tenía que haber una manera de conseguirlo: haría bolsas de papel para vender en las panaderías, pero... y el papel?
Decidí ayudar a un amigo de mi papá que tenía una librería, mi padre era mil oficios y se hicieron amigos desde que a éste señor se le había malogrado el televisor, el cual mi padre dejó como nuevo, como si recién saliera de la tienda. Yo sería el que le hiciera los mandados.
Cuando le hablé sobre el regalo que le quería hacer a mi madre, emocionado me dijo: -¡No te preocupes, el único trabajo que tienes que hacer, es bajar de aquel estante, todos los pliegos de papel que quieras para hacer las bolsas, venderlas y listo!-. Salí emocionado de la librería agradeciéndole el noble gesto. Al llegar a casa, siempre escondido de mamá y en complicidad con mi abuelita, me puse manos a la obra y comencé a hacer cientos de bolsas de papel...
Al día siguiente no fui al colegio, sino que visité todas las panaderías habidas y por haber para vender mis bolsas, estaban tan bien hechas, que gracias a Dios me las compraron todas.
Casi era ya de tarde y me senté a descansar en una banca de la plaza, sacando y contando todas mis monedas. Me di cuenta emocionado, que me alcanzaba para comprar una bella tarjeta, un hermoso ramo de flores... rosas rojas, que tanto le gustaban a mamá y también me alcanzaba para algo más.
Entonces pensé en comprarle una cajita con chocotejas rellenas de manjar blanco. Ella las probaría por primera vez y me invitaría una también que compartíria con mi dulce abuelita, mi cómplice en esta aventura.
Guardé todo en mi mochila y salí como un rayo corriendo a casa, ya estaba oscureciendo.
Faltaba un poquito para cruzar la esquina y llegar, cuando vi a mi Mamá, que desesperaba le preguntaba por mí a los vecinos, es lógico pensar que estaba preocupada, pero también... muy molesta.
-¡Bryan, ¿Dónde haz estado?- me preguntó. -¡Te he buscado por todas partes!-
Yo temblaba de susto y cuando me cogió de la mano para entrar a nuestra casa, solté el llanto.
- ¿Dónde estabas?-, me volvío a gritar. En medio de mi llanto, con las justas pude explicarle lo que había hecho.
- ¡Fui a ayudarle al señor de la librería para comprarte un regalo de cumpleaños!-.
Metí la mano en mi mochila y le enseñé la tarjeta. Mi dedicatoria estaba hecha con lápiz, pues mi falta de ortografía era notoria y así podía borrar los errores. Luego saqué, el ramo de rosas, las cuales, seguían intactas, porque las puse con mucho cuidado... y por último la cajita de las chocotejas, que se había aplastado, manchándome los dedos con el manjar blanco.
- ¡También te traje esto!-
Su enojo se evaporó como por encanto. Me miró tiernamente y me tomó en sus brazos. Mientras me abrazaba fuertemente y escondía su rostro entre mi cabello, oí que lloraba.
Aquella noche, casi todos los vecinos fueron a visitarnos, y uno de ellos preguntó por qué había una cajita de chocotejas y un ramo de rosas rojas en la ventana.
- ¡Mi pequeño hijo Bryan me lo dio como regalo de cumpleaños!- respondió mi Madre orgullosa, emocionada y con sus ojitos llenos de lágrimas.
Cuando terminé mi relato... nadie se dio cuenta que habían pasado ya, más de cinco minutos... los demás compañeros del aula parecían hipnotizados. - "¡Gran historia Bryan"!-, dijo por fín uno de ellos, mientras se limpiaba las lágrimas. Se acercó y me abrazó cálidamente, y luego mis demás compañeros... estruendosos aplausos. Mi profesora también lloraba.
Comprendí entonces que muchos de ellos, a pesar de tener todo lo material, no tenían nada... estaban ávidos de cariño y sobretodo del AMOR de sus padres... el tesoro de su familia, estaba sepultado en un cofre de ignorancia y de olvido.
Yo... era afortunado, tenía el mismo tesoro, no tenía un cofre de dinero, pero sí el tesoro de tener una familia amorosa.
El mismo escudo seguía guardado... siempre... en algún recuerdo de mi infancia!
Autora: Nuria Lourdes (10:40)
*ESTE RELATO ESTÁ DEDICADO A TODAS LAS FAMILIAS DE INMIGRANTES QUE DEJAN SU PAÍS DE ORIGEN, PARA BUSCAR MEJORES HORIZONTES Y AYUDAR A SU FAMILIA.