Cuando falleció mi hijo mayor, creí que ya no volvería a tener más hijos. Me quebré tanto, que en ese triste momento parecía que no valía la pena vivir.
Después de algún tiempo y con ayuda de mi esposo y familiares; comencé a asimilar lo que había sucedido y decidí seguir adelante.
La vida transcurría normalmente y comencé a sentir fuertes retorcijones y malestares de estómago. Inmensas ganas de comer ceviche a cada instante. Pensé, -¿será talvéz una fuerte gastritis?-. Visité a mi ginecólogo y me dice: -Señora-,¡Felicitaciones!, -¡Está embarazada!-.
Me quedé en silencio, observándolo y sentí una inmensa alegría. Tanto, que quería contarle lo felíz que estaba a todo el mundo, por tan lindo suceso.
Dios, me había bendecido nuevamente con la dicha, de volver a
ser madre.
Poco a poco iban pasando los meses y me preparaba para tan linda llegada. El médico me dijo, que tendría un niña y con mi esposo, compramos todo lo necesario para ella. Hasta que llegó, EL GRAN DÍA. Tendría una cesárea. Tenía mucho miedo. El cordón umbilical, estaba enredado en su cuellito y ella estaba de pies. Era realmente complicado. Mi esposo no conseguía permiso del General, para acompañarme en tal difícil momento; pero, lo convenció y llegó para estar a mi lado.
Recuerdo que era una intensa noche de lluvia. Mi ginecólogo y sus colegas, preparándose para la operación. Le dije: -¡Doctor!-, -¡No quiero una anestesia general!-, -¡Quiero ver a mi hija!. -¡No se preocupe!-. -Relájese y piense que todo va a salir bien-. Los minutos, los segundos pasaban y yo no veía la hora de tenerla en mis brazos. Y rezaba en silencio para que todo salga con éxito.
De pronto: -¡Señora su bebita, está por nacer!. Sentía los movimientos que hacían en mi abdómen y por fin, escuché su fuerte llanto. Tan frágil, tan pequeñita. La pusieron en mi pecho, solo unos segundos y le dí un cálido beso en su tierna carita. Luego se la llevaron para cambiarla. A partir de ese momento, se volvió a iluminar mi vida. Han pasado 16 años maravillosos. Es ya, toda una señorita. A punto de terminar su 5to. año de secundaria.
Tengo un nudo en la garganta al escribir esta nota. Ella es tan noble, tan buena y cuando se enoja, cualquier locura mía, la hace reir, terminando las dos, en un fuerte abrazo. Tan linda y muy segura para tomar sus decisiones. Siempre preocupada por sus hermanos menores, por su papá y por mí.
Ella es mi REYNA, como siempre le digo. Todo el tiempo juntas. En las buenas y en las malas. Mi soporte, mi fuerza. Lo más bello que Dios me ha dado, al lado de sus dos hermanos. Casi no la veo mucho en casa, porque se está preparando para la universidad. Y siempre estoy esperando que regrese. Cuando llega, en medio del cansancio enorme, me conversa todo lo que le ha pasado. Yo le digo: -¡Mi Reyna anda a descansar!-. Mañana es otro día. Tienes que ir al colegio. Y cuando todos se van y me quedo solita en casa... Siempre anhelo su regreso. Su cálido abrazo. Entonces cierro los ojos y sólo quiero que esté conmigo siempre...como cuando era pequeñita y venía corriendo con sus brazitos abiertos y me decía:...¡ Mamita,...TE AMO!
Con todo mi amor, para mi hija ANGGIE STEFANY ROSA. En la semana de la "HIJA". Bendiciones!