Pedrito corría por el sendero que lo llevaría hasta la huerta de su padre. Le llevaba la comida que su mamá le había preparado y después de que su padre terminara de almorzar, regresarian juntos a casa. Esta vez él buen hombre le dijo que no, que aún tenía mucho por hacer y que era mejor que Pedrito se vaya adelantando. El niño así lo hizo. Sin embargo su espíritu aventurero y de rebelde sin causa, lo detuvo por el camino; jugueteando con las ramas secas y tirando piedritas al río que estaba cerca.
De pronto el inocente escuchó un terrible disparo y en segundos corrió hasta la huerta ya que el disparo provenía de ahí. Lo que imaginaba se hacía más claro en su mente. Su padre yacía en el suelo, en medio de un charco de sangre y el humo de la escopeta disipándose por el aire.
-¡Papá!, gritó el niño desesperado. Aún con vida, logró sentarle y recostarlo sobre la hierba. -¡Estaba limpiando la escopeta y el arma se disparó... fue un accidente!-, le dijo a su pequeño.
La herida cerca del pecho, no dejaba de sangrar.
Lentamente y sin poder hacer nada, la agonía se veía llegar.
Lentamente y sin poder hacer nada, la agonía se veía llegar.
Inmediatamente trajo agua y le dio de beber. El líquido vital refrescó los labios secos de su padre y en un balbuceo moribundo, -¡Hijito... es tarde, debes volver a casa... mamá debe estar muy preocupada!-
El niño no contestó palabra alguna. Sus ojitos miraban al cielo. -¡Ayúdame buen Nazareno... que no se me muera mi viejo... sálvalo por favor!
La hemorragia fue parando y el semblante de su padre, cambiando a buen color. El niño ensilló un caballo que tenían en el corral. Era difícil subirlo pero no imposible. El corcel seguía esperando y al fin el niño consiguió subir al fuerte hombre.
Enseguida subió él y llevó a su padre a casa. En el camino un ángel del señor los acompañaba... el ángel de los niños buenos... como Pedrito y el amor a su querido padre.
Autora: Nuria Lourdes (12:45 a.m.)