La noche se torna más oscura que nunca, y el silencio la acompaña. Sigo conduciendo mi camioneta con la esperanza de llegar pronto a casa para cenar. Muevo mi cabeza al ritmo de la música que suena en la radio, imaginando que alguien toma mi mano y me invita a bailar.
La música es suave a mis oídos, y el susurro del viento entra inquieto por la ventana, parece alertarme de que no debo parar. De pronto diviso a un caballero, alzándome la mano con el dedo pulgar, en señal de que lo pueda llevar. Mi madre siempre me dice:
_No hables con desconocidos y menos recojas a nadie en el camino.
Una fuerza extraña me hizo desistir del consejo y paré la camioneta.
Bajé la luna y...
_¡Por favor! ¿me llevas?
_Ok, voy en la misma ruta.
Le dije en tono amable.
Se sentó a mi derecha, poniéndose el cinturón de seguridad y nos presentamos. Me decía que hace mucho no veía a su madre y que iba a visitarla, sería la mejor sorpresa para ella, pues no se imaginaba tamaña visita.
Sintiéndose cómodo y en confianza, se desprendió de su casaca de cuero y la puso en el asiento de atrás. Conversamos buen rato, sin calcular el tiempo, y de repente...
_Me quedo aquí por favor, muchas gracias por tu gentileza de traerme a casa. Y se despidió.
Pude ver una casita sencilla al lado de la carretera con un hermoso jardín en la entrada. Sacó la llave del bolsillo de su pantalón y antes de ingresar a su casa, alzó la mano despidiéndose.
Puse de nuevo las manos al volante, y seguí... camino a casa.
Al día siguiente cuando terminé de hacer las compras en el Supermercado y al subir a mi camioneta, encontré la casaca que aquel desconocodo caballero llevaba la noche anterior. Pensé llevarla a su casa para devolvérsela y así lo hice.
Llegué a aquella casita de hermoso jardín, toqué la puerta y enseguida una señora de avanzada edad apareció tras el umbral. Lucía triste, pero quiso disfrazar su sentir con una amable sonrisa.
_¡Buenos días, señorita! ¿qué desea? Preguntó.
Le dije:
_¡Buenos días, señora!, anoche dejé a su hijo en su casa y olvidó su casaca en mi camioneta, he venido a devolverla.
Ella me miró y abrió sus ojos sorprendida.
_¿Mi hijo dice usted?
_Sí, señora, su hijo.
Entonces el llanto asomó por sus mejillas, yo no sabía qué decirle, la notaba ansiosa y preocupada, parece que la noticia de la visita de su hijo, no le causó alegría.
De repente en la pared de su sala había un cuadro con la foto de él, sí, del hombre que recogí en el camino. Apuntando hacia donde estaba el cuadro y completamente asustada.
_Es él, el de la foto del cuadro, balbuceé.
Ella no cesaba de llorar.
_Él, es mi hijo... y está muerto. Falleció hace muchos años en un accidente de auto cuando regresaba a casa y desde entonces se aparece a todas las personas que conducen por la carretera.
Sentí desmayar ,pero en medio de la fuerte impresión que me llevé, devolví la casaca y desde aquel entonces, tengo bien presente el mensaje de mi madre:
_No hables con desconocidos y menos recojas a nadie en el camino.
Nuria Ruesta Zapata (Derechos Reservados de Autor).
Hora: 12:57 a.m.