Llegamos al apacible lugar de las almas que se fueron. A lo lejos y en silencio, divisé su pequeña tumba... - Pabellón N° 7 - "San Clemente" - Cementerio - "Presbítero Maestro".
Volvíamos a la capital después de muchos años, nuestro mayor deseo era visitarlo y recordé aquel triste día, como si fuera ayer.
Mi esposo, mis pequeños hijos y yo agilizábamos el paso, llevando en nuestras manos hermosos claveles blancos. Nos fuimos acercando despacio, sentimientos encontrados dominaban nuestros afligidos corazones, y por fin logramos nuestro objetivo, estábamos frente a él, mi pequeño niño bello.
Con tristeza descubrí que su tumba lucía empolvada, sucia, solitaria... las letras con su nombre no se distinguían, había pasado mucho tiempo desde su partida.
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¡Te imagino jugando en una estrella! |
En el lugar algunas flores secas, que en su momento fueron bellas y rosagantes, gracias a buenas personas que las dejaban y que morían lentamente después de cumplir su función.
Un ¡Buenos días! me sacó de mis pensamientos, era el guardíán del cementerio. Comedido se acercó para brindarnos ayuda, inmediatamente le dije que por favor limpiara el nicho y nos brindara agua, mi pequeños hijos ansiaban poner las flores y lo hicieron con mucho amor y cariño, estoy segura que su hermanito se alegró tanto con nuestra visita.
Después de una exhausta limpieza, aquella casita quedó bella, el sol se animó a salir y los hermosos claveles que compramos se pusieron más blancos que la nieve, estaban radiantes, ávidos de adornar con su belleza y su suave aroma, el rinconcito de mi niño...
Todos nos tomamos de la mano y en silencio oramos...
En mi corazón de mamá, una plegaria del alma...
... ¡Mi Príncipe Azul, aquí estamos tus hermanitos, tu papito y yo!, te amamos tanto y te extrañamos también, pero siempre siempre... te llevamos en el corazón.
Besitos hasta el cielo.
Tu mamita!
Nuria Lourdes Ruesta Zapata. (11:20 p.m.)