Desperté en medio de la noche algo sobresaltada y sudando. Mi almohada resultó ser una piedra dura, tan dura que logró rasgarme la piel de la nuca. Quería saber en dónde estaba, si aquél lugar silencioso y frío sería un lugar que yo conociera muy bien, sin embargo... no fue así.
Me incorporé de inmediato, tenía la necesidad de recorrer palmo a palmo aquél desierto que de pronto se tornó más frío de lo que hasta ese momento habría soportado, ya que no llevaba cobija alguna, excepto mis roídas ropas.
Mi estupor fue tan grande cuando al avanzar en pasos silenciosos escuché el quejido de un hombre sollozando, mi instinto femenino me decía que debería ir con más prisa, tal vez aquél sujeto necesitaría de mi ayuda... y mientras más me acercaba me di cuenta que aquél hombre, era Jesús... yo... no lo podía creer, me froté fuertemente los ojos, quizá seguiría en un sueño, pero él estaba ahí, tan firme como la unión de sus manos, rozando sus labios y orando fervorosamente.
Cerré una vez más los ojos intentando pensar que no era verdad, pero mi corazón me decía que sí, que yo estaba en la escena... era un misterioso sueño, del cual al verle, no quería despertar.
Él sintió mis pasos, mi agitada respiración me había delatado. La ternura de sus ojos me condujo hasta él, su fina túnica blanca estaba algo manchada con diminutas gotitas de sangre, parecía su sudor... y sus sandalias, lucían algo estropeadas de tanto caminar y sin descanso.
Enseguida una angustia infinita se apoderó de mí, el llanto estaba a punto de asomar por mis cansados ojos, más él no lo permitió. Sentí su sufrimiento y mi pena era tan grande y triste, que sólo quería abrazarlo.
¿Sabes?, me dijo el nazareno: ¡No temas estoy contigo, algunos no me ven, parecen estar ciegos en su soberbia, a pesar de todo... yo les amo y siempre encontrarán amor en mi corazón!
Enseguida tomé fuertemente su mano, -¡Oh mi Jesús, siempre te echo de menos y no sé cómo encontrarte, a veces creo que mi fe se pierde, ayúdame y enséñame el camino correcto!... él cerró suavemente mis ojos...
Enseguida tomé fuertemente su mano, -¡Oh mi Jesús, siempre te echo de menos y no sé cómo encontrarte, a veces creo que mi fe se pierde, ayúdame y enséñame el camino correcto!... él cerró suavemente mis ojos...
El sol iluminó mi ventana, desperté radiante, recordé sus hermosas palabras y mi día se tornó felíz.
¡Con nosotros está y no le conocemos, con nosotros está, su nombre es el "Señor"!
Imaginado: Nuria Lourdes Ruesta Zapata. (5:45 p.m.)